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Tres títulos y actores lo definieron: Little Caesar, la libre adaptación en 1930 de la historia de Al Capone con Edward G. Robinson como un gangster italiano en Chicago; de 1931 tenemos El Enemigo Público con James Cagney, el auge y caída de un temible e implacable gangster irlandés, y la mítica Scarface, con Paul Muni como Tony Camonte en 1932, otro gangster italiano sin escrúpulos. Tipos despiadados que se rigen por sus reglas. ¿Por qué atraían? Porque mostrar el "mal camino" gustaba tanto al tipo disconforme que se enfrentaba al sistema, y al conservador que quería la muerte de los hampones.
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Violenta y elegante, Bonnie y Clyde, la sobresaliente historia de la banda de delincuentes liderados por la famosa pareja que recorre el país asaltando bancos y retando al sistema, marcó el camino en 1967. Y Francis Ford Coppola reinventó el género en los 70 con una joya: la saga de El Padrino (1972/1974/1990), obra cumbre del cine moderno. La compleja historia de los Corleone, la familia mafiosa italiana que alterna secuencias hogareñas con creíbles y violentas escenas de acción.
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Barry Levinson mostró en 1991 la notable Bugsy, los años del control del hampa en Nueva York por Lucky Luciano y la creación de Las Vegas, una ciudad de juego en medio del desierto. Los Coen innovaron en 1990 con Muerte entre las Flores, que además de profundizar en el lado oscuro del ser humano, es un homenaje al género; y Sam Mendes no traicionó en el 2002 los códigos para Camino a la Perdición, ambientando una sangrienta historia de ambiciones y traiciones en estos oscuros años donde la mafia irlandesa imponía su ley.
Ahora tenemos Enemigos Públicos, la historia de Melvin Purvis, el agente del FBI que en la América de los treinta lideró la búsqueda del célebre ladrón de bancos John Dillinger y su banda. Una historia real con el sello de Michael Mann que ha atraído multitudes y nos confirma que veremos más gangsters en el celuloide.
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