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Con alta dosis de realismo, el cine catástrofe es engrandecido para enaltecer el lado heroico de los supervivientes, y esto lo aprovecha este amante de la devastación para su nueva historia 2012, volviendo a rodar un filme en el que representa el armagedón, el cuarto tras El Día de la Independencia, Godzilla y El Día Después de Mañana, y eso que no hablamos de 10,000 A.C. (2008), en la que se la agarra contra el pasado. Está bastante claro que este señor está obsesionado con la idea de convertirnos en polvo, o al menos eso lo ha intentado con New York, a la que ha destruido de diversas formas.
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Tiene como marcas características el utilizar frecuentemente a repartos corales; en varios de sus filmes el presidente toma un nivel de protagonismo; los televisores tienen protagonismo ya que informan de lo sucedido en cuanto al desastre, y la fuerza aérea aparece mucho en las escenas de acción siempre con un resultado desastroso. Pero sobre todo, el hecho de que todas sus películas de catástrofe ocurren en Nueva York.
Parece ser que esta es la clave en su cine, una fascinación por destrozar ciudades y monumentos históricos para firmar obras espectaculares de personajes básicos y trama formulista que sigue los tópicos de títulos previos del subgénero pero ahora con efectos especiales en 3D, convirtiendo la catástrofe en belleza, visualmente muy atractivo, poco realista, pero llena de emociones, ritmo y diversión.
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El director no tiene mucho más que ofrecer que buen entretenimiento, cuenta con impresionantes escenas de destrucción masiva gracias a una demostración de efectos especiales de última generación que les quedará como anillo al dedo a los amantes de este género. Roland Emmerich, un obsesionado con la destrucción total del planeta…
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