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La presentación de estos cuatro jinetes del Apocalipsis fue desde todo punto de vista el más grande evento musical que la Ciudad de los Reyes ha presenciado jamás: 50 mil almas vibrando ante un impresionante despliegue de poder y energía. Así es, mucho mejor que un clásico Alianza - U: 50 mil espectadores, algunos miles más que el exitoso recital de Oasis, que hasta hace unos días ostentaba el record de asistencia en nuestro país.
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Sí, muchachos, ya tuvimos a Megadeth, a Iron Maiden, y ahora a Metallica, aquí, en nuestra mismísima ciudad de combis y ambulantes. Por eso, ahora sí, la capital ya nunca será la misma, ni los melómanos peruanos nos conformaremos nunca más con un tributo en La Noche de Barranco o con ver un concierto comprado en Polvos Azules o bajado de Internet. No, nunca más, señores. Hace rato que jugamos en las ligas mayores y queremos más.
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Difícil también nos la pone una máquina incansable de los tambores como Lars Ulrich, un tipo que tiene una batería frente a él y otra empotrada en el pecho. Ni qué decir de un virtuoso como Kirk Hammet, quien de hecho le hace el amor a su guitarra todas las noches. Y no se preocupe, señor Trujillo, que tampoco nos olvidaremos de usted ni de su musculoso bajo. ¿A qué más se puede aspirar después de ellos?
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Como era de esperarse, salvo la enérgica Fuel, la banda prácticamente omitió de su set list ese confuso y desconcertante periodo de experimentación que les conocimos desde mediados de los 90, y se concentró en sus mayores momentos de gloria: los años 80, el Black Album y su “magnético” presente. Solo lamentamos que no se hayan animado a interpretar esa inolvidable balada llamada The Unforgiven, aunque ya sepamos que a un grupo de la larga trayectoria de Metallica no se le puede exigir que incluya todos sus éxitos en un solo show.
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Y ante esa fuerza sobre el proscenio, el público, absolutamente entregado, no defraudó. Ellos fueron los maestros, y nosotros, sus incondicionales títeres. Nunca antes habíamos visto tal cantidad de camiseta negras, furiosos headbangers, ni tantas guitarras y baterías imaginarias. Nunca antes nuestras manos hicieron con más entusiasmo el característico símbolo del Metal. Sin embargo, como de costumbre, durante los temas más recientes se podía percibir un leve bajón en las revoluciones, pero sin apagarse jamás el afiebrado entusiasmo.Por otro lado, nos sorprendió gratamente la variedad de personas que se apreciaba en la cancha y las graderías. Y es que el Heavy Metal no es patrimonio exclusivo de tatuados pelucones, y eso lo pudimos confirmar nuevamente, viendo gente de todas las edades y condiciones, señores sesentones, amas de casa y niños incluidos. Sin duda alguna, vivimos en la época del Guitar Hero y el Rock Band, videojuegos que ahora cumplen las funciones del hermano mayor en el adoctrinamiento musical de los más pequeños.
Y así fue, pues, aquella noche memorable que nos dejó con ganas de más, con ganas de que regresen pronto. Ellos mismos lo han prometido, y seguramente lo harán, porque, como pudimos comprobar en persona, Metallica tiene para rato. Es así que el martes 19 de enero de 2010 los peruanos de corazón rockero ganamos una de las mejores veladas de nuestras vidas, un audaz empresario hizo un buen negocio, y Lima ganó un escenario más para mega conciertos. El martes 19 de enero hubo justicia para todos.
1 comentario:
buena nota Lucho, ahora a esperar a Axl...
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